En este articulo el psicólogo Alcalá profundiza acerca de qué es la venganza en la psicología.
Todos hemos experimentado alguna vez el deseo de vengarnos por un daño que alguien nos ha causado. Sin embargo, son muy pocos los que terminan el proceso de la venganza, ya que la ira disminuye y entra en juego la razón, la capacidad de empatizar con el otro y el control de impulsos, lo que nos salva de ejecutar la agresión vengativa.
Cómo es el proceso de la venganza
La venganza es una agresión no siempre premeditada para satisfacer el deseo de hacer daño a otra persona. La idea de hacer justicia, de dañar al otro de la misma manera o más de lo que nos ha herido corresponde a un sentimiento de perdida de integridad. Quien medita represalias cree que castigando al responsable del dolor podrá recuperar el equilibrio psicológico sacudido por las acciones del otro.
El proceso de la venganza se inicia con el dolor. La venganza siempre viene causada por un daño provocado por otra persona. Posteriormente aparece la ira hacia esa persona que ha causado el sufrimiento. La ira tiene un objetivo claro, infligir el mismo sufrimiento que ha causado esa persona.
Existe la tendencia a creer que la venganza alivia, repara el daño o calma estas emociones desagradables, cuando en realidad se consigue lo totalmente lo opuesto.
A través de la violencia es difícil reparar el daño. La forma realmente sana sería a través de la justicia, de una forma legal, aunque este ámbito no siempre acompaña a las necesidades de cada persona.
Mecanismos para evitar conductas vengativas
Principales factores que nos protegen de satisfacer los deseos de venganza:
- Racionalizar: esta capacidad se difumina ante emociones muy intensas. Por ello, es importante hacer una buena gestión de la ira y del dolor inicial. La razón analiza la situación, las causas y las consecuencias de los actos propios y los de los demás. Tener un pensamiento más flexible y tolerante ayuda a entender, aceptar y superar la agresión sufrida y, por tanto, a disminuir el deseo de venganza.
- Control de impulsos: la capacidad para controlar los impulsos es importante. Si la persona es más impulsiva, más difícil le resultará llegar a un proceso sano para gestionar sus emociones de una forma no violenta.
- Gestión emocional: la clave reside en gestionar las emociones del dolor y la ira de forma adaptativa y no violenta, sin herir a nadie. Se trata de focalizar esa ira a través del ejercicio físico, por ejemplo. A medida que la ira disminuye va tomando protagonismo otras emociones como el miedo a las posibles consecuencias de llevar a cabo la venganza.
- Aceptación del daño: se trata de no quedar atrapados en la negación de la perdida o el dolor. El rencor aparece cuando esa ira no ha sido resuelta y no se ha podido aceptar el daño y la voluntad de avanzar. La persona se queda estancada en el daño y no es capaz de olvidar y perdonar. El rencor genera un sufrimiento constante que aumenta la inseguridad de la persona que lo sufre.
- Empatía: se trata de ponerse en el lugar del otro. Nos ayuda a entender y aceptar cómo se produce nuestro dolor y las consecuencias que podría tener la venganza, tanto para nosotros, como para el agresor. Esta capacidad no se desarrolla de la misma forma en todas las personas.